«Yo no soy ningún luchador de nada. Lo que pasa es que hay ciertas cosas en la vida que hay que decirlas.»

(Pepe Rubianes)

¿Os imagináis que el gran Fernando Fernán Gómez sólo fuera recordado por su airada – y escatológica -contestación a un admirador un pelín pesado? ¿O que al pensar en Lola Flores lo primero que se nos viniera a la cabeza fuera su patético intento de que los españoles le subvencionara sus problemas con el Fisco («si cada español me diera una peseta…») y no por su garra, su duende, su fuerza sobre el escenario? Pues eso es lo que ha ocurrido en términos generales, y por desgracia, a uno de los mejores cómicos – él, que huía del término humorista, por considerarlos «a todos de derechas» (*), con la honrosa excepción del Maestro Gila – al impresionante Pepe Rubianes.

Soy rubianófilo desde los 19 años (si ahora tengo 36…), cuando me acerqué solo a ver una obra de teatro que se representaba en el madrileño Teatro Infanta Isabel. Si ya es un poco triste ir a ver una película con la sola compañía de tu móvil (no por nada, que al cine se va a ver cine, y no a comentar con el compañero de butaca que qué jamona está Angelina Jolie, sino por no poder comentar la jugada a la salida), el teatro lo es aún más. Sin embargo, Don José Rubianes Alegret – apelativo registral de este genio – consiguió que durante más de hora y media me olvidara de que no había nadie a mi lado con quien luchar por el reposabrazos. En ese momento había ganado un fidelísimo adepto.

Uso la técnica «memento» y comienzo por el final: gracias a la nauseabunda labor de esos seres despreciables denominados «liberales» (que, curiosamente, son los más prisioneros de sus prejuicios e incultura), Rubianes sería visto en esta cuarteada piel de toro como «el actor de la «Puta España»». Sí señor, con dos cojones, eso es periodismo y lo demás son gaitas progres, ¿verdad? Como me resulta ridículo el colocar el ya de sobra conocido vídeo de la entrevista en TV3 con el periodista Albert Om, teclead en el «youtube» las palabras mágicas y veréis el extracto concreto, además de los simpáticos e hilarantes comentarios de personas (por llamarlas de alguna manera) en torno a la figura del genial cómico, su madre Doña Dolores Alegret, y un deporte muy asentado entre las gentes de bien denominado «linchamiento».

Un inciso: no por repetitiva, una aseveración cala en las mentes de determinados especímenes, así que sea el propio afectado quien aclare sus malinterpretadas (malintencionadamente, por supuesto) palabras:

«(…) quiero puntualizar que a la España a la que me refería y refiero es a esa España negra, cavernícola, reaccionaria, casposa y fascista que ha encontrado como divertimento agredir a Catalunya desde todos los frentes por el motivo que sea y que ahora hincha pecho usando de la democracia –que en verdad les importa una higa–, para agredir y vilipendiar al pueblo catalán y su Estatut» (El Periódico de Catalunya; 01/02/2.006). Pese a su claridad siguen habitando entre nosotros amebas con forma humanoide que insisten en grabarle a fuego a todo hijo de vecino la idea de SU España (sea o no la correcta, que eso es lo mejor!), sin entender que cuando ellos hacen sus fantásticas proclamas, por ejemplo, sobre que las elecciones del 11-M fueron ganadas por el PSOE gracias a un golpe de estado (!) le están haciendo un flaco favor a la Democracia.

A partir de ahí, la mierda espacida por los ventiladores del pensamiento único se le pegó a los lúcidos ropajes de Rubianes con penosas consecuencias: la Comunidad Autónoma de Madrid no retiró, pero sí, del cartel del Teatro Español («¿cómo pagar de nuestros impuestos una mamarrachada del catalán intolerante éste?», pensarían algunos); Comisiones Obreras (CCOO, según Urdazi) ofreció su Auditorio para que el púbico de la capital pudiera disfrutar del montaje – aunque luego lo pusiera a parir – y aquí se acabó todo… ¿O no?

Con el fallecimiento el pasado 1 de Marzo de uno de nuestros mejores comediantes, la mala baba de algunos ha comenzado a anegar la red de redes: leer los comentarios a raíz del triste suceso en Libertad Digital, requiere uno de los mayores ejercicios de tolerancia para con los ladrillos que he tenido que hacer en mi vida. ¿Que Rubianes era un mal hablado? Por supuesto; lo que me extraña es que haya gente que prefiera el «cómo» a lo «qué se dice». ¿Que era irónico, puñetero y tenía una certera puntería para cagarse en todo lo que se menea fuera de tiesto? Es evidente, pero ¿acaso no es lo que se necesita al fin y al cabo: gente que nos despierte del aborregamiento con cuatro verdades bien dichas (y si encima es con tanta gracia, mejor que mejor)?

Siento la marcha de uno de mis paisanos: Rubianes se consideraba galaico-catalán («Digo ‘galaico’ porque nací en Galicia, aunque casi nunca he vivido allí, y ‘catalán’ porque he vivido siempre en Cataluña, aunque nunca he nacido aquí»), y fue capaz de unir con absoluta brillantez la retranca atlántica y la ironía mediterránea. Se inició en el arte de contar historias (sus «aventis»), en parte porque su abuela, que vivía en el pueblo pontevedrés de Vilagarcía de Arousa («Villagarcía de Arosa», por si esto lo lee Rosa Díez) – donde nació Pepe -, les sentaba a él y a su hermana Carmen en sendos taburetes al lado del hogar y les contaba historias sobre meigas, Santas Compañas y demás trasnos. Y en parte porque la televisión no era algo tan corriente como ahora (al menos, en los años 50 en Cataluña, donde residió la mayor parte de su vida tras emigrar su familia), y amenizaba las tardes a sus compañeros del Colegio SIL reproduciendo (banda sonora incluida) «Veracruz» con la Saritísima Montiel, o a sus amigos de la barcelonesa Plaza de Medinaceli, con sus delirantes fantasías plagadas de cacofónicos gestos.

Si bien Rubianes gozó de cierta fama popular (léase como el partido) en los años 90 gracias a su labor interpretativa en la serie «Makinavaja» – una más que digna traslación a la pequeña pantalla del imaginario ravalero y canalla del Ivá -, aquél ya llevaba años sobre el escenario ganándose las lentejas: desde sus inicios en grupos teatrales de la Universidad de Barcelona – donde al principio lo acusaron de ser policia de paisano (!) -, pasando por ser figurante con Fernán Gómez en un montaje de «El enemigo del pueblo» (y donde conoció el difícil carácter de Don Fernando en más de una ocasión), hasta su incorporación a «Dagoll Dagom«, con quien realizó «No hablaré en clase» y «Antaviana«. Con este espectáculo descubre dos cosas: a) que quiere dedicarse profesionalmente a la interpretación; y b) que él solo sobre el escenario es capaz de provocar carcajadas; así que, ¿por qué no ir por libre?

Viajero incansable («Lo llevo en los genes, es una herencia familiar. Vengo de gente marinera«), Rubianes comienza, en 1983, su andadura en solitario con «Pay-Pay», a la que seguirían «Ño», «Sin palabras», «En resumidas cuentas» o mi entrañablemente recordada «Por el amor de Dios».  «Ssscum!», «Rubianes: 15 años» o «Rubianes: Solamente» (obra a la que pertenecen casi todos los vídeos que pongo)… Espectáculos donde el inteligente e hilarante cómico da muestra sobrada de su capacidad para el absurdo, para la polémica «despertador», para poner a cada uno en su sitio y a Dios en el de ninguno. Lo que son las cosas: todos aquellos que celebran su muerte desconocen que Rubianes admiraba a Pujol y a Fraga, cuyas políticas las veía de lejos y gracias, pero a los que reconcía una «entereza política envidiable» (afirmaba de ambos políticos: «Defienden lo suyo con una categoría bestial y esto me merece un respeto«); no saben que era un castellanohablante (por culpa de «El que no debe ser nombrado») que no se sentía para nada discriminado en su Cataluña de adopción; ni les interesa saber de dónde le viene – le venía – ese rencor fundamentado y odio justificado a «esa» España intolerante e intransigente. Paradojas de la vida, la figura que más le asombraba no dejara de ser paisano suyo: ¿cómo Franco podía ser de esa manera?, se preguntaba. «No les perdono el pasado a esta gente. (…) «Hay que olvidar, hay que perdonar». ¡Qué coño olvidar y perdonar! ¿Y los que han muerto? ¿Cómo se van a olvidar?»

Este es un post triste (lo siento, estimada Sar, por la densidad, tú ya me entiendes…): no porque se haya ido uno de los grandes cómicos de nuestro país, ni porque me haya perdido la oportunidad de disfrutar de su inmenso talento en «La sonrisa etíope» (siempre nos quedará el DVD),… sino porque me aterra pensar que mi amado Niño Estrella alguna vez tenga que convivir con seres que vitoréen la muerte de alguien cuyo único delito fue pensar de manera diferente. Rubianes podrá gustar más, podrá gustar menos; podrá provocar la carcajada escandalosa, la sonrisa complice, la aburrida indiferencia o el conservador malestar – ya se sabe, «para gustos, colores» -, pero es terrible que despierte la inquina de aquéllos que, desconociéndole tanto a él como a su obra, se agarraron como cilicio ardiendo a unas declaraciones en las que tan solo venía a decir que esta tierra no es propiedad de nadie.

Sólo quiero añadir una cosa: cuando esté a punto de irme, me quiero ir con la tranquilidad con la que lo hizo él…  

Grabación hecha en la Gala «Gánate el cielo con el padre Manel» (el 19 de Mayo de 2.008)

(*) Ésta y el resto de citas reseñadas provienen de «¡Rubianes, payaso!», libro-conversación entre el actor y su amigo y compañero Carles Flavià.