«El método de apareamiento de una tribu Warrllfahd es muy similar al humano, si bien siempre lo hacen vestidos de fallera mayor de Valencia. El ritual comienza con una danza amorosa en la que el macho, altivo y gallardo, agita los brazos en molinete a la manera de Bud Spencer, mientras profiere grititos guturales imitando a los koalas; a su vez, la fémina, dócil y ostracista, agacha la mitad superior del cuerpo, al tiempo que repite, como si de una letanía ancestral se tratase, «¿Qué hay de nuevo, viejo?». Tras unas cinco horas, la pareja copula y, al finalizar, se fuman un cartón de Ducados sin filtro» («El Warrllfahd: cómo se reproduce y para qué», Jacinto Rochas, Ed. Sobaítos, 1.951). 

A la hora de iniciar este blog, uno de los principales objetivos que me marqué fue el de no tardar en escribir más de dos días… Considero que el que hayan transcurrido diez desde el último mensaje no es obstáculo para creer que esa meta sigue vigente (ustedes, humanos, y yo tenemos un sistema diferente para medir el tiempo). No obstante, para las tres personas que suelen leer – seguramente, por error – este blog, voy a explicar el motivo de mi tardanza: hace una semana y media, mientras disfrutaba del solaz esparcimiento denominado «tocarse los güevos», caí en las pegajosas redes catódicas de una de las mujeres más bellas que mis cuatro ojos hayan visto en toda su vida. Me refiero a la hermosa y, no obstante, inteligente Carmen Porter, co-presentadora, co-directora y có-nyuge de Iker «Sobrecogedor» Jiménez en el programa televisivo «Cuarto Milenio», del fresco y chispeante canal televisivo «Cuatro» .

Pocas veces mis meninges han sido sacudidas de una manera tan brutal como cuando vi a esa HEMBRA (así, con mayúsculas, que coño!!), cuyos rasgos – pese a ser una mezcla de Jack Black y la gacetillera histriónica Isabel Sansebastián – producen en los amantes de la belleza gromiana el mismo efecto que tomar dos kilos de peta – zeta con un litro de coca-cola.

Lo cual me ha convencido para iniciar una nueva sección que, si las expectativas se cumplen, tendrá una vida bastante corta, cuyo lema es el de «cualquier parecido con la realidad indica que hay similitudes con lo existente». El siguiente texto ha sido elaborado con extractos del libro «Carmen Porter: espectros y escotes», del parapsicólogo Juan Ataulfo Lucera (si bien recomendamos a los lectores que no se tomen en serio muchos de los datos expuestos: en una ocasión, el Sr. Lucera anunció que, apartándose tanto de las teorías evolutivas como de las creacionistas, el hombre provenía de los «Huevos Kinder Sorpresa»). 

Carmen María Porter Ucha nace en el seno de una acomodada familia madrileña, allá por finales de lo sesenta. Su padre, Harry Porter, se dedica a vivir del cuento (como escritor), mientras que su madre, Linólea Ucha, vive de la cuenta (como hucha). Desde su más tierna infancia, la intrépida investigadora desarrolla un gusto por lo paranormal: con tan solo cuatro años, graba con su Cinexín unas extrañas formas nebulosas en el salón familiar. Las figuras, con una consistencia casi estérea, resultarán ser sus abuelos paternos, los Porter de Birminghan, que se habían traido parte de la niebla inglesa para sentirse como en casa. Pero este pequeño traspiés no detendría a la empírica Carmencita en su afán por descubrir la verdad de lo oculto. Lo que sí la detendría y de qué manera sería un traspiés con la alfombra del descansillo: tras trastabillar con unos flecos sospechamente puestos de punta, Carmen golpearía con toda su santa jeta un espejo del siglo XII, que le dejaría los piños como una valla de jardín.

Tras su paso por las Carmelitas, Carmen Porter inicia sus estudios en la Universidad Complutense de Madrid, licenciándose en Ciencias de la Información. Será allá donde conozca al amor de su vida, un joven tímido y con propensión a vomitar sangre llamado Iker Jiménez. El flechazo sería instantáneo; Carmen le propuso en matrimonio a Iker al tiempo que, a fin de echar por tierra el dicho de que «tirán más dos tetas que dos carretas», arrastraba un container de manzanas golden con unas cadenas enganchadas a los pezones. Por desgracia, no podemos afirmar con rotundidad lo anterior, si bien desde entonces Carmen no puede ver «Blancanieves» sin sentir un pinchazo en sus glándulas mamarias. Esto último no se ha podido comprobar, si bien desde entonces…

No sólo es una mujer bella y con estilo: muchos somos los seguidores de la Sra. Porter por su inteligencia y sus acertados comentarios y opiniones. ¿De qué otro modo alguien podría afirmar sin ruborizarse que el éxito de «El Código Da Vinci» entre el público femenino reside en que «está escrito de un modo muy sencillo»? ¿O que haya gente que no se atreva a poner denuncias «delante de una comisaría»? ¿Acaso nadie puede evitar asentir cuando, a la hora de describir las famosas «Caras de Bélmez», Carmen Porter diga que una de ellas tenía los «bigotes hacia abajo»? Podría haber dicho que eran «hacia arriba», pero no: ella se la juega siempre por la VERDAD. Como muestra, un pezón… UN BOTÓN, perdón. Recomiendo encarecidamente no se pierdan las explicaciones de la docta investigadora mientras el «pelao» Gonzalito Miró pone cara de no entender nada (y de hecho, así es)… Incrédulo malcriado!!

Quédense con lo siguiente:

1.- «hueco de tres metros preñado de huesos» (¿hueco? ¿tres metros? ¿preñado?);

2.- Que las caras que aparecen en las paredes de la vivienda son exactamente iguales a las fotografías que la Sra. Porter nos muestra en la pantalla;

3.- El escote y los vaqueros ajustados de Carmen… slurrrrpp!

Por último, recomendar varias de sus obras: los tapetes que ganchilló para que a la tele no le entre polvo; un salmorejo que cocinó en la comunión del pequeño de los Padilla; y su obra magna: «La iglesia y sus demonios», donde la propia Carmen posó para la portada del libro.

Desde aquí nuestro más sincero cariño, comprensión y babas de pasión. Carmen Porter: la hembra que nos lleva a terrenos más allá… de donde sea.