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Señoras y Señores: al habla el Portavoz del Consejo Supremo de Sabios Dhlafrraw. Me temo que estamos teniendo unos ligeros problemas técnicos por parte de nuestro equipo de informáticos para modificar la apariencia actual de esta bitácora: el Tte. Grom el Único, experto en la lucha de guerrillas y en la preparación del bacalo al pil-pil, ha colocado una intrincada trampa en el tablero de administración de «Gromland» de tal manera que cuando alguien intenta acceder a la configuración de la bitácora, se pone perdido de patatas a lo pobre. Obviamente, con los dedos pringados de grasa, nuestros expertos se las ven y se las desean para poder seguir trabajando (incluso hemos perdido a uno de los miembros del equipo por una repentina subida de colesterol; ahora piensa que es Mari Cruz Soriano y no hace más que tocarnos el «Para Elisa» beethoveniano en el teclado del portátil). Sin embargo, como decía Krex el Ubicuo, el mayor pensador de todo Gamma-3, «la constancia del que se sabe vencedor es tan fuerte como su conocimiento de la victoria, partido por masa y aceleración al cuadrado».

Entrando en materia, desearíamos en el post satisfacer la inquietud de múltiples lectores que han entrado en este blog buscando información sobre determinado personaje y su trabajo, el cual fue objeto de ninguneo por parte del Tte. Grom el Único durante su mandato al frente de esta bitácora. Nos referimos a uno de nuestros agentes infiltrados más importantes, una de las personas que ha mantenido economicamente nuestra campaña de conquista (y que una vez nos compró un juego de toallas en Portugal precioso, que sin embargo tuvimos que devolver por un absurdo incidente con unos recibos, una tarjeta de crédito de chocolate y una cebra muerta que no viene al caso comentar). Vean este clásico fragmento de la televisión mundial:

Allá por los años 60, un joven catalán al que nos referiremos, a fin de conservar su anonimato, como O.V.N. (iniciales de Oscar Vidal Noguera; algunas personas incluso añaden un tercer apellido, «Isánchez-padilla», lo que permitiría entender mejor la cara de marciano que luce), se acercó con ánimo y decisión a la Escuela de Artes Suntuarias Massana de Barcelona, al objeto de cursar Estudios de Dibujo y Diseño Publicitario; por desgracia, la Escuela aceptó de buen grado su solicitud. Nada influyó en su persistente capacidad de superación: ni el difícil ambiente de la Barcelona franquista, ni el que tuviera que coger hasta tres tranvías para llegar a la Escuela; ni siquiera el que pensara que «Suntuarias» significara «hechas de sunto» (material parecido al sebo que tienen los animales dentro de una caja de Old Spice). Su voluntad era inquebrantable; su empeño, inamovible; sus gafas, de plástico. Un año más tarde ingresa en el Instituto de Arte Dramático de Barcelona con pronóstico reservado. Los profesores no pueden hacer nada por él, y dos años más tarde actúa como figurante en compañía de Adolfo Marsillach… perdón, en la Compañía de Alfredo Marsillach. Los periódicos, ante su fugaz e intensa actuación, se deshacen en elogios, por lo que resulta imposible leerlos.

Aterriza en Madrid en 1973, debido a una indisposición del piloto del avión en el que viajaba; nuestro joven héroe ocupa su puesto y el de una azafata que se había encontrado indispuesta, ante lo que el pasaje del vuelo, maravillado por la capacidad de respuesta del muchacho, aplaude a rabiar y pide un bis. O.V.N., siempre con ganas de agradar a su público, parte en dirección a Soria y aterriza en medio del Paseo de la Castellana, entre el júbilo del pueblo madrileño y los alaridos de una vendedora de Lotería que queda atrapada bajo el tren de aterrizaje. Al salir del avión, Óscar – llamémoslo así, qué demonios! – pronuncia una de sus más celebres frases: «Amenizo mientras aterrizo». Un viandante le tira una piedra y se le mete en el riñón.

En 1973, Óscar Vidal – ya que estamos… – funda la compañía teatral «María Galleta», que también será taller de creación infantil. Lamentablemente, la pacata mentalidad de la época ve con malos ojos que alguien se dedique a crear niños en un laboratorio, por lo que Óscar tira a la basura todo su trabajo (incluyendo dos niñas a medio hacer) y reserva los 600 metros cuadrados del local a organizar cursos para que los niños fabriquen sus propias marionetas, desarrollen su ingenio e imaginación y permitan a los padres descansar tocándole los testículos a otro.

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Óscar Vidal, durante su etapa de boxeador marionetista

A su vez, «María Galleta» tiene una prolija, plúmbea y partoculícea trayectoría teatral: obras como «El cocodrilo Pascual», «El mono perdido», «Si yo fuera mayor», «Los monigotes»… se cuentan entre los grandes exitos de la compañía, aunque realmente no lo fueran (es más, la Asociación Nacional-Católica «Hijos de Dios / Siervos de Cristo… Equis» llegó a protagonizar una agria polémica al manifestarse en contra del estreno de «El mono perdido»: aducían que era imposible que un mono, no sólo pudiera hablar, sino además perderse. Afortunadamente, la sangre no llegó al río y fue recogida en cubos de plástico).

Sin embargo, los deseos del ya cada vez más maduro y, por que no decirlo, calvo perdido Óscar por apostar por el teatro infantil se golpeaban una y otra vez contra un muro en apariencia infranqueable: el vil metal, el dinero, la panoja… En varios momentos tuvo que pagar a miembros de la Compañía teatral con parte de los decorados; y en una ocasión, y a fin de mitigar el terrible hambre que le asolaba – a él sólo -, emulando a su idolatrado Chaplin en «La Quimera del Oro», se comió los zapatos… de uno de los técnicos de sonido… mientras éste los llevaba puestos.

Óscar Vidal veía como su sueño por evitar que los niños se convirtieran en «una especie de caballo atado a una noria con parches en los ojos» se desvanecía lentamente. Sus acreedores llegaron a amenazarle con cobrarse en órganos vitales. Óscar sufría porque le quitaran el hígado (que era un recuerdo de familia que se trajo de la Ciudad Condal). Afortunadamente para él, ahí estaba ese invento conocido como televisión para sacarle las castañas del fuego. Obviamente, lo anterior es una expresión hecha, porque las televisiones no pueden realizar más actos que el de emitir imágenes cuando se le aprieta un botón, pero bueno, vds. me entienden…

En 1977, escribe, dirige, presenta y friega el plató de un espacio dedicado a las manualidades dentro del programa «El Recreo». En un alarde de ingenio e imaginación el espacio creado por este cada vez más alópecico soñador se llamaría… «Los María Galleta». Los directivos del Ente (léase Radio Televisión Española) quedan altamente satisfechos tras una opípara comida a costa de los ciudadanos contribuyentes. Preguntado por uno de los reporteros de «Alma, teatro y judías con chorizo» sobre Óscar Vidal, los directivos de RTVE afirman desconocer quién es Vidal o «Los María Galleta»; uno icluso llega a decir que no sabe qué es una televisión.

Siete años más tarde y cuatro menos (o sea, en 1980), Vidal Noguera pasa a formar parte del programa infantil por excelencia, en calidad – es un decir – de asesor creativo: «Barrio Sésamo». Se comenta por los pasillos de Prado del Rey – lugar donde se filmaba el programa cada vez que el Rey se iba de… – que suya es la idea de que la Gallina Caponata fuera una gallina y no un madril que fallecía en cada capítulo. También se le atribuye tanto el que el caracol Pérezgil sea una marioneta y no un animatronic, como el asesinato de Kennedy (si bien esta acusación no llega a ninguna parte, y le devuelven las gafas).

Viajando en su entrañable Renault 4 destartalado, todo parece ir sobre ruedas: el Ayuntamiento le encarga las actividades lúdicas y creativas de «Juvenalia» (algo así como «Woodstock», pero con chicles en vez de heroína), vuelve a trabajar en TVE dentro del programa «No te lo pierdas» (programa que, aun con ese título, acaba desapareciendo), colabora con la organización del V Centenario – concretamente, el del descubrimiento de América -, se toma un bitter-kas del tiempo,…

Sin embargo, sufre un duro revés jugando al tenis: en un saque, sus problemas con las glándulas sudoríparas hacen que se le escape la raqueta, golpeando sin querer al hijo mayor de Felipe González (por aquel entonces, Presidente de la Nación Española y mes de Abril en el calendario Pirelli). El muchacho pierde el conocimiento y se ve obligado a repetir curso. Pese a las cariñosas y afectuosas palabras de Carmen Romero (First Lady del país) de que se había tratado de un mero accidente sin importancia, el chaval lo demanda por una cantidad de 2.000.000.000.000 de pesetas en concepto de daños y perjuicios. Vidal, tembloroso y sudorífero, comenta que no dispone de tanto efectivo, a lo que el Presidente de la Nación responde que le da «igal».

Derrotado por las circunstancias, sintiéndose traicionado por los niños a los que había dedicado toda su vida, a los que consideraba el germen de la sociedad futura, el más preciado tesoro, deambula por las calles, apesadumbrado y quejoroso, viendo como los demás apartan la vista (el hecho de que fuera vestido de tenista tampoco ayuda). Y fue en ese mismo instante cuando el Consejo Supremo de Sabios Dhlafrraw decidió entrar en acción.

(Continuará)